jueves, 29 de junio de 2017

Hoteles legendarios de la Argentina: del esplendor al abandono

Por Pablo Bizón (Clarin.com) - En Córdoba, Sierra de la Ventana, Mendoza y Mar del Sur, estos lujosos hoteles marcaron una época y encontraron un mismo final: ruinas y fantasmas.
Hoteles legendarios de la Argentina: del esplendor al abandono
El Club Hotel de la Ventana fue llamado "la maravilla del siglo", pero estuvo abierto sólo seis años (Foto: Horizonte Ferroviario).

Tienen mucho en común: marcaron una época, vinculada al surgimiento del turismo en la Argentina, entonces sólo para las clases altas y algunos extranjeros. En estos hoteles no se ahorraba en servicios e instalaciones; todo estaba pensado para la satisfacción del huésped, desde el tamaño de las habitaciones hasta la decoración, la cantidad de personal e incluso el transporte y el relax.

En Córdoba (La Falda y Miramar), Villavicencio (Mendoza), Villa Ventana y Mar del Sud (ambas en la provincia de Buenos Aires), estos cinco hoteles fueron todo un símbolo que terminó encontrando un mismo final: el abandono y el deterioro. De la mayoría hoy solo quedan ruinas... y las leyendas que marcaron su historia.

Eden Hotel, La Falda, Córdoba
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Una antigua postal promociona el Eden Hotel, en La Falda.

Seguramente el más famoso de los “hoteles fantasma”, visitado por cientos de turistas cada temporada y que incluso aloja algunos comercios y espectáculos en sus instalaciones.

Sin embargo, lejos está su época de gloria, que comenzó en 1891 cuando el viajero Roberto Bahlke decidió comprar tierras con la idea, justamente, de levantar un gran hotel. En 1892, con el apoyo del grupo Torquinst -el mismo que participó en la construcción del Club Hotel de Sierra de la Ventana-, adquirió 1.250 hectáreas, y un año más tarde comenzó la obra.

El Eden Hotel (originalmente así, sin tilde) inauguró a fines de 1899, con detalles de confort únicos para la época. En la primera década del siglo XX fue adquirido por empresarios alemanes, y vivió su esplendor de 1912 a 1945, cuando recibió a representantes de la nobleza europea y familias de la alta sociedad argentina. Entre sus huéspedes contó a Albert Einstein, el poeta nicaragüense Rubén Darío, el Príncipe de Gales, el Duque de Saboya y los presidentes Julio Argentino Roca y José Figueroa Alcorta, entre otras personalidades. Y del loteo de terrenos propios nació el pueblo de La Falda.
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Su edificio se mantiene en buenas condiciones, aunque sigue cerrado.

Tenía 100 habitaciones para hasta 250 pasajeros y 125 empleados: uno cada dos huéspedes. Como otros hoteles de su clase en la época, era prácticamente autosuficiente: usina, criaderos de animales, huertas, panadería, cámaras frigoríficas, banco, oficina de correos, telégrafo, taller mecánico, herrería, peluquería, sastrería, etc. Sumaba un campo de golf de 18 hoyos, canchas de tenis iluminadas, pileta y cancha de criquet. Además, organizaba cacerías de zorros y grandes conciertos en sus salones. En el pequeño teatro de su patio interno actuaron, entre otros, el cantante de tangos Hugo del Carril, la poeta Berta Singerman y el músico y actor René Cospito.

En 1939, apenas iniciada la Segunda Guerra Mundial, parte de la tripulación del acorazado Graf Spee, hundido por barcos británicos en el Río de la Plata, se alojó en el hotel. Pero para fines de la Guerra cerró sus puertas. Luego, lo típico: cambios de manos, deudas, remates y finalmente, en la década del ’60 el declive final.

En 1982 una empresa intentó reflotarlo, pero apenas funcionó un año. Hoy sigue habitado por los fantasmas del pasado.

Club Hotel de la Ventana, Villa Ventana (provincia de Buenos Aires)
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Al pie de las sierras, el entonces majestuoso Club Hotel de la Ventana (Horizonte Ferroviario).

Historia parecida a la del Edén. Fue llamado “la maravilla del siglo” y considerado el hotel más lujoso del continente, aunque sólo funcionó seis años. Hoy sólo se pueden admirar sólo sus ruinas, que invitan a imaginar aquella gloria pasada.

A principios del siglo XX, el médico Félix Muñoz pensó que el clima de la zona facilitaría la cura de enfermedades respiratorias y nerviosas. Con Manuel Láinez, dueño de tierras en la zona, interesaron a la compañía británica Ferrocarril del Sud, que administraba un exitoso ramal de ferrocarril y vio la oportunidad de incrementar el tráfico de pasajeros. 
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Los carteles indican qué había en cada zona del edificio hoy en ruinas (PB/Viajes).

En 1903 inauguró la estación de tren que luego correspondería al hotel, inicialmente llamada Sauce Grande (luego Sierra de la Ventana), y un año más tarde comenzó la construcción de un enorme edificio, con ladrillos especialmente fabricados por Ernesto Tornquist.

Sus dimensiones y detalles eran espectaculares: con una superficie cubierta de 6.400 m2, contaba con 136 habitaciones, 56 baños y cuatro suites de dos dormitorios, cocina, comedor y baño con griferías de oro y plata. Los muebles, de roble, llegaron de París, la ropa de cama era de hilo italiano y los colchones, de brin. También tenía galería solarium, restaurante estilo Luis XVI, jardín de invierno, salón de fiestas para 150 personas, tres salas de casino, un entrepiso-night club, dos peluquerías, torre mirador, sala de música para conciertos, biblioteca, sitio para deportes hípicos, canchas de golf y tenis, entre muchas otras instalaciones.

Un ramal de trocha angosta acercaba a los pasajeros desde la estación Sierra de la Ventana hasta la puerta misma del hotel. Y era lo más autosuficiente posible: panadería, granja y huertas propias, además de herrería, carpintería, sala de máquinas, usina, taller mecánico, sastrería y lavandería.
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Por la rampa ingresaban los alimentos y equipamiento a la "maravilla del siglo", como lo bautizó el ex presidente Julio A. Roca (PB/Viajes).

La gran fiesta de inauguración fue el 11 de noviembre de 1911, con invitados de la alta sociedad llegados en un tren especialmente fletado desde Buenos Aires. Uno de su huéspedes fue el ex presidente Julio Argentino Roca.

A partir de 1914 lo afectaron la depresión económica y la guerra mundial, y el golpe letal se lo dio la prohibición de los juegos de azar, en 1917: cerró tres años más tarde.

En 1924 se hizo cargo el gobierno de la Provincia de Buenos Aires para instalar una colonia de vacaciones, pero el proyecto nunca se hizo realidad. En 1939 vivió un breve resurgimiento cuando alojó a algunos de los marinos alemanes capturados en el acorazado Graf Spee, quienes trabajaron en la restauración de muchos sectores. Pero en 1946 se fueron, y ya nadie regresó.

La noche del 8 de julio de 1983, cuando se hablaba de restauración y reapertura, el legendario hotel fue devorado por un incendio. Los peritajes hablaron de un rayo en medio de una tormenta, pero nadie se pudo sacar de la cabeza la otra versión la del incendio intencional.

Hotel Boulevard Atlántico, Mar del Sud (provincia de Buenos Aires)
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Todo un lujo que dio origen a un balneario.

Un sofisticado balneario que nunca se hizo realidad, crisis económica, quiebras, ocupaciones, mafias... Esta historia truculenta comenzó hacia finales del siglo XIX, cuando Mar del Plata apuntaba a sofisticado reducto de las clases altas. Entonces, un grupo de empresarios argentinos pensó en un nuevo balneario y eligió el actual Mar del Sud (o Mar del Sur), 61 km al sur de Mar del Plata.

La primera obra del nuevo pueblo fue fastuosa: el imponente hotel Boulevard Atlántico, levantado entre médanos y pastizales como un anticipo del lujo que caracterizaría al balneario. Pero con la crisis económica de 1890 el grupo inversor quebró, y las obras se paralizaron. Años más tarde el hotel se remató, y finalmente abrió en 1904: los primeros turistas fueron principalmente empleados jerárquicos del ferrocarril y familias con campos en la zona. El lugar no era de fácil acceso, el clima era duro y las opciones para la diversión, pocas: algunos juegos de salón, cancha de bochas, cabalgatas, cacerías de perdices o caminatas por los médanos. También había “carpas”: casillas de madera construidas por el hotel en la playa para que los veraneantes se calzaran sus trajes de baño de lana y volvieran a vestirse “bien” para ingresar al hotel. Por la noche, la vestimenta era aún más formal.
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La mole neoclásica se asemeja a un transatlántico naufragado y expulsado del mar (PB/Viajes).

Durante muchos años, el Boulevard Atlántico fue algo así como un “secreto” no para cualquiera. Y el balneario de Mar del Sud finalmente fue surgiendo a sus alrededores. En 4.500 m2 tenía 76 habitaciones -eso sí, sin baño privado- y contaba con dos canchas de tenis, una de bochas y otra de fútbol. Sus camas eran blancas, de hierro y tenía patios circundados de galerías de baranda enrejada y adornados con señoriales palmeras (algunas aún subsisten los embates del viento y los años).

En 1972, luego de pasar por varias manos, el concesionario pasó a ser el actor amateur Eduardo Gamba, quien en 1948 se había enamorado allí de una cantante francesa, con la que se casó y vivieron juntos en el hotel. Se dice que en 1982 lo compró, pero esa propiedad siempre fue discutida. En 1993 la mole neoclásica fue usurpada por un grupo de mafiosos, que la fueron desmantelando y vendiendo. Gamba recuperó el hotel en 1998, ya en decadencia, y se transformó en su único -casi fantasmal- habitante. Luego siguió el desguace, y finalmente la venta: un comprador, luego otro, prometieron reabrirlo, pero sólo fueron promesas. Hoy, como un enorme transatlántico naufragado, el gran hotel de la costa atlántica hotel es poco más que una carcasa vacía en riesgo de derrumbe.

Gran Hotel Termas de Villavicencio, Mendoza
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Una postal de época promociona las aguas termales y el paisaje cordillerano de Mendoza.

En 2013 tanto el hotel como los jardines que lo rodean y la capilla neocolonial de la zona fueron declarados “monumento histórico nacional”. Pero nada. El hotel sigue cerrado, como desde hace casi 40 años. El edificio histórico está en medio de 72 mil hectáreas de área protegida, de donde se extrae la famosa agua mineral que lleva, en su etiqueta, la imagen del hotel.

La historia antigua comenzó con el canario Joseph Villavicencio, uno de los capitanes que acompañó a Pedro del Castillo en la fundación de Mendoza, quien en 1680 se instaló en el lugar y encontró minas de oro y plata a 12 km de donde luego estaría el hotel.
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El Gran Hotel Villavicencio lleva 39 años cerrado.

La otra historia, la moderna, data de 1923, cuando el ganadero Ángel Velaz adquirió estas tierras para iniciar el emprendimiento de termas, y construyó una planta de fraccionamiento y embotellado de agua. En 1934, un aluvión inhabilitó el Tren Trasandino y rehabilitó la ruta 7 a Chile, que entonces pasaba por Villavicencio justo antes de trepar los famosos “caracoles”, una complicada serie de 365 curvas que asciende la montaña. Velaz vio la oportunidad y construyó un gran hotel de lujo, destino a las clases altas.

El hotel inauguró en 1940 y funcionó hasta 1978. Comparado con otros hoteles de su época, era pequeño (30 habitaciones con baño privado y agua termal en cada una) y más bien rústico, acorde a la montaña: arañas hechas con ruedas de carretas, camas con respaldos de hierro y pisos de tablones de roble americano. En las paredes lucían acuarelas, óleos y grabados de artistas argentinos y extranjeros, y sonaba la música de piano y orquesta propia. Muchos turistas llegaban en tren de Retiro a Mendoza, y de la estación los llevaban directamente a Villavicencio.

Destacaban sus ambientes comunes, donde, además de los turistas, se encontraban los propios mendocinos que se ponían lo mejor del guardarropas para almorzar o tomar el té en sus salones. Algunos jugaban al ping pong o minigolf, y también había sala de juegos infantiles, cancha de tenis y bochas y, desde los 60, una piscina. Parte del lujo de sus épocas de esplendor aún puede verse, como esas arañas de madera que supieron iluminar grandes bailes y conciertos. En 1979 la zona fue adquirida por el Grupo Greco, que luego quebró, más tarde llegó la intervención del Estado, luego el Grupo Cartellone y finalmente, Aguas Danone de Argentina. Los proyectos de reapertura nunca se concretaron y hoy, el gran hotel estilo normando sigue custodiando la surgente de aguas minerales.

Gran Hotel Viena, Mar Chiquita, Córdoba
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El Gran Hotel Viena contaba con tres edificios, baños termales y piscina de agua dulce y salada.

Miramar, Córdoba, 1945. El matrimonio alemán Palkhe inaugura el Gran Hotel Viena, y lo que con el tiempo será una colección de leyendas con más atractivo turístico que real: que se construyó con capitales nazis, que alojó a jerarcas del Tercer Reich e incluso al mismísimo Adolf Hitler, cuando en 1945, se dice, llegaron al hotel tres vehículos oficiales negros bajo total hermetismo, luego de que se diera licencia a todo el personal...

Lo cierto es que el hotel ayudó a convertir a la pequeña localidad de Miramar, a 200 km de Córdoba capital, en un centro turístico basado en las propiedades curativas del agua y el fango de la laguna de agua salada Mar Chiquita, esas propiedades que beneficiaron la salud de los Palkhe cuando llegaron al lugar por primera vez, en la década del '30.

El hotel contaba con tres edificios: en el I (Norte) había 26 habitaciones de dos camas y dos de tres, todas con baño privado, bañera, agua fría y caliente, gran placard y papeleros de madera de cedro lustrado. En cada piso, una cabina telefónica para pasar llamadas desde la gerencia.
Hoteles legendarios de la Argentina: del esplendor al abandono
Las ruinas de lo que fue el principal hotel de Miramar, a orillas de la laguna cordobesa de Mar Chiquita.

El Edificio II (Este) era sólo para solteros y tenía 30 habitaciones con baño privado, pero nunca llegó a inaugurarse. Sí el Edificio III, con dúplex de dos habitaciones y baño privado. Con el edificio II formaba una “U” con un patio interior arbolado con canteros y caminos de baldosas, y cerrando esa “U” estaba el edificio de baños termales con agua salada, fría y caliente, bombeada desde la laguna. Arriba, sala de lectura con 12 escritorios de roble con papel carta y sobres con logotipo del hotel: un águila bicéfala, escudo de Viena.

El pabellón termalizado contaba con enfermera, masajista y médico, sucursal bancaria, comedor para 200 personas, vajilla inglesa, copas de cristal, cubiertos de plata, arañas de bronce y cristal, salas con pisos de granito, paredes revestidas en mármol de Carrara y una gran pileta con sectores de agua dulce y agua salada. Era el único hotel del lugar con aire acondicionado central y sistema de calefacción, y tenía además dos salas dedicadas a la elaboración de alimentos, fábrica de hielo y criadero de cerdos y aves. En su bodega exhibía más de 10.000 botellas de vino y el depósito de conservas, se dice, guardaba alimentos como para 100 personas durante un mes.

Todo venía bien hasta que, en marzo de 1946, los Palkhe decidieron cerrar el hotel y trasladarse a Buenos Aires. Se dice que, tras el fin de la Segunda Guerra, el propio Perón le envió a Máximo –como a otros alemanes que vivían en el país– un telegrama en el que le pedía abandonar su puesto en la empresa alemana Mannesmann.

Luego de unos años, el hotel reabrió parcialmente en 1963, y en 1965 el Dr. Pahlke (Jr.) creó la Sociedad Waldorf y CIA S.A., propietaria hasta su cierre definitivo, en 1980. Un par de años antes lo había afectado la crecida de la laguna. Queda su esqueleto y sus renovadas leyendas, porque claro, no faltan quienes aseguran que está habitado por fantasmas. Es más, no hace tanto los productores del programa estadounidense Ghost Hunter International visitaron el lugar, y aseguraron que en el hotel detectaron "la mayor actividad paranormal" de Latinoamérica. ¿Será?

Un desperdicio... 
He caminado por dentro de algunos de ellos. En el caso del Hotel Villavicencio, es todavia recuperable...

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